Se ha dicho bastante sobre el tema de Bolívar y su relación con la Gran Bretaña, por la cual se le ha sepultado o glorificado debido a su admiración hacia las instituciones inglesas en su breve paso por 1810, y, efectivamente, el joven mantuano encontró en la ordenada Inglaterra una inspiración y posteriormente un sostén para la causa emancipadora.
Sin embargo, a veces se extrapola esta información, sobre todo por sus detractores, y uno de esos ejemplos es la Legión Británica, de la cual se hace alarde de la intervención británica por la vía armada para salvar a Bolívar, cuando en las batallas de más importancia en la gesta, y, finalmente, en Carabobo, no fue empleada para batir los últimos contingentes realistas en Venezuela.
Lamentablemente, ese era el pensar de la época, y es innegable que el Imperio británico ya llevaba la delantera en aquel entonces, dejando atrás al cada vez más débil Imperio español, ya sumido desde hace mucho en el influjo de la Ilustración, de dónde salieron las figuras de las emancipaciones: tanto Iturbide, Bolívar, y San Martín (todos en diferente influjo, claro está) tuvieron que recurrir a la Gran Bretaña por meras complejidades que se les daban en su accionar en la América agitada por el estruendo de la «Libertad».
Y también para los españolistas sería algo infantil negar que, en la propia península, se recurrió a la ayuda inglesa, sino, recuerden a los ejércitos británicos contra Napoleón, o al Duque de Wellington después de romper el cerco a la fortaleza de Badajoz el 6 de abril de 1812. Por su ayuda a España en la guerra contra Napoleón, se le concedió el Ducado de Ciudad Rodrigo, la Gran Cruz de la Orden Nacional de San Fernando y el Toisón de Oro, a pesar de su deslealtad cuando ordenó bombardear las manufacturas textiles en Béjar (competencia de las inglesas) y la Real Fábrica de Porcelana del Buen Retiro de Madrid, acusando a las fuerzas napoleónicas, que ya habían evacuado la ciudad.
Evidentemente, Inglaterra hizo el más grande negocio a costa de los sucesos en toda la América hispana y en la península, cada quien con el oponente que les presentaba la realidad, posteriormente la gran isla obtendría un notable poder de decisión al lado de sus vástagos de la América del Norte sobre los estados anárquicos del centro y el sur.
Pero el tema que nos llama la atención en este artículo es sobre el trato de Bolívar y la tan admirada Inglaterra en el transcurso de la instalación de la República colombiana en el escenario diplomático y político, hasta la separación de los tres departamentos que la conformaban. En esta oportunidad, se mostrará un poco sobre el periodo de los 1820 hasta 1826. En 1821, Francisco Antonio Zea, ministro plenipotenciario de Colombia en Inglaterra, sin consultar previamente con el Libertador-Presidente, decidió contratar y llevar adelante un empréstito de dos millones de libras esterlinas. Esta negociación llevo a endeudar al naciente país por un dinero que fue dilapidado en la adquisición de armas en estado deplorable, casi inoperativas. Bolívar le solicito reiteradas veces al vicepresidente Santander de retirar al comisionado Francisco Zea, por los manejos con los erarios de la república, además de su preocupación por la naciente deuda contraída, como se puede apreciar en las siguientes citas:
«El empréstito del señor Zea es horrible (…) la deuda nacional nos va a oprimir; el señor Zea es la mayor calamidad de Colombia: es horrible su mala versación». Pasto, 14 de enero de 18231
«La deuda pública es un caos de horrores de calamidades y de crímenes, y el señor Zea, el genio del mal, y Méndez el genio del error, y Colombia una víctima cuyas entrañas despedazan esos buitres: ellos devoraron con anticipación los sudores del pueblo de Colombia; ellos han destruido nuestro crédito moral, en tanto que no hemos recibido sino los más escasos auxilios. Cualquiera que sea el partido que se tome con esta deuda, es horrible: si la reconocemos dejamos de existir, si no […] el oprobio de esta nación[…] infames que la ligue a un yugo ignominioso y mise […] Consumiríamos la substancia de nuestros hijos […] abominación haría execrable […] tras proezas; hasta ahora hemos […] y vamos a llevar la fama […] fusos del bien ajeno». Babahoyo, 14 de junio de 18232
Cabe acotar el deplorable estado en que se encontró dicha carta, por eso algunos párrafos son ilegibles, desafortunadamente. Aun así, se hace palpable el dolor del Libertador.
«El negocio de Zea es el segundo mal de Colombia (…) Recibió dos millones y doscientos mil pesos, y dio el valor de diez millones. Yo no sé cómo pagar las atrocidades de Zea». Guayaquil, 30 de mayo de 18233
Cuando se hizo la demanda del último empréstito a la banca inglesa, ya la República no tenía necesidad de ese dinero, había finalizado la guerra de la independencia. Mucho más impactante todavía fue el hecho de que el último préstamo se evaporaría fugazmente en Bogotá. Bolívar, en una carta dirigida a Santander, desde Guayaquil, el 15 de abril de 1823, denuncia a la banca inglesa y la complicidad del comisionado Zea, en el intento de arrebatar millones de pesos, a través de jugosas ganancias en los empréstitos al gobierno:
«Parece que los ingleses están decididos a encontrar legal el robo de los diez millones de pesos de Zea, para hacer pagar a Colombia esta suma. Al fin tomarán con nosotros el mismo partido que con España: no pudiendo pagarles nosotros, se pagaran ellos».4
En misiva dirigida al Dr. José Manuel Restrepo fechada para el 7 de marzo de 1825, Bolívar le escribía con la renuncia al cargo de presidente que dirigió al congreso colombiano (que no sería aceptada) debido a su estadía en el Perú asumiendo la Dictadura plenipotenciaria; daba la opinión de que Colombia estaba en vías de consolidación, pero afirmaba que la causa de desestabilización que preveía iba a venir de un poder extraño a Colombia:
«La época presente demuestra que Colombia se ha constituido de un modo muy sólido y permanente. Crea Ud., mi querido amigo, que nadie es preciso en este mundo como lo decía Bonaparte con sobrada razón (…) El mal de que adolece Colombia, mi querido amigo, no depende ni de Ud., ni de mí ni de nadie sino de un poder extraño y muy grande de la Inglaterra, si viene a ser nuestra aliada».5
Al día siguiente, el 8 de marzo del mismo año, el Libertador le mandaría una carta a Santander dando un bosquejo sobre la delicada situación internacional de Colombia frente a las potencias del momento, y de la necesidad de aliados eventuales para ganar tiempo en este escenario, mientras se prepara el Congreso de Panamá para la reunión de los nuevos estados americanos:
«Lo cierto es que los europeos están empleando todo género de intrigas contra nosotros (…) Si nosotros seguimos la misma conducta, no sé qué ganaremos. Toda la Europa contra nosotros, y la América entera devastada, es un cuadro un poco espantoso. Los ingleses y los norteamericanos son unos aliados eventuales, y muy egoístas. Luego, parece político entrar en relaciones amistosas con los señores aliados, usando con ellos de un lenguaje dulce e insinuante para arrancarles su última decisión, y ganar tiempo, mientras tanto. Para esto yo creo que Colombia, que está a la cabeza de los negocios, podría dar algunos pasos con sus agentes en Europa, mientras que el resto de la América reunido en el Istmo se presentaba de un modo más importante. Si los americanos me creyeran, yo les presentaría medios para evitar la guerra, y conservar su libertad plena y absoluta. Mientras tanto insto de nuevo por la reunión del Congreso en el Istmo. Este paso y otros más son indispensables en estas circunstancias».6
En el mismo año, ya Inglaterra había jugado contra la Gran Colombia, cuando el presidente argentino Bernardino Rivadavia había hecho un pacto con el Foreign Office, que le otorgaba privilegios a los ingleses en Argentina y cedía al independentismo de la banda oriental; los ingleses tenían la vista puesta en Montevideo porque era el único puerto de aguas profundas en el Atlántico sur. A cambio, los ingleses frenarían a Bolívar, cuya intervención pedían las montoneras rioplatenses y varios personajes argentinos de importancia en el conflicto interno que vivían, entre ellos Manuel Dorrego como líder de los Federales.7
En Arequipa, el 20 de mayo de 1825 le escribe a Santander con motivos de la liga o confederación prevista a tratar en el Congreso de Panamá, y sobre las acciones a realizar, dejando una opinión interesante sobre Inglaterra y los Estados Unidos:
«No se olvide Vd. jamás de las tres advertencias políticas que me he atrevido a hacerle: primera, que no nos conviene admitir en la liga al Río de la Plata; segunda, a los Estados Unidos de América, y tercera no libertar a La Habana. Estos tres puntos me parecen de la mayor importancia, pues creo que nuestra liga puede mantenerse perfectamente sin tocar a los extremos del Sur y del Norte: y sin el establecimiento de una nueva república de Haití. Los españoles, para nosotros, ya no son peligrosos, en tanto que los ingleses lo son mucho, porque son omnipotentes; y, por lo mismo, terribles».8
Además de señalar la peligrosidad de los ingleses, es notorio el rechazo del Libertador a qué los Estados Unidos formarán parte del gran congreso que formuló para los Estados hispanoamericanos, y a su fracaso, los diplomáticos norteamericanos aplaudirian el hecho de que la confederación no se llevase a cabo; William Tudor, cónsul en Lima, le escribe al secretario de Estado Henry Clay lo siguiente:
«La esperanza de que los proyectos de Bolívar están ahora efectivamente destruídos, es una de las más consoladoras. Esto es no sólo motivo de felicitación en lo relativo a la América del Sur, liberada de un despotismo militar y de proyectos de insaciable ambición que habrían consumido todos sus recursos, sino que también los Estados Unidos se ven aliviados de un enemigo peligroso en el futuro».9
Siguiendo con los británicos, el Libertador otro tanto le dice al diplomático rioplatense Manuel de Sarratea el 29 de mayo de 1825:
«Por mi parte no temo más que a la Inglaterra, y no tengo sobre la tierra otro temor; porque ella es la omnipotente sublunaria».10
El Libertador se encontraba en el Potosí, en octubre de 1825, cuando Santander, en Bogotá, firmaba un tratado comercial entre Colombia y la Inglaterra, ufanándose de haber firmado este convenio que, a su juicio, era un acuerdo que situaba a Colombia en igualdad con Inglaterra; le remitió copia del contrato a Bolívar, quien se limitó a decir:
«No he visto aún el tratado de comercio y navegación con la Gran Bretaña, que, según Vd. dice, es bueno; pero yo temo mucho que no lo sea tanto, porque los ingleses son terribles para estas cosas».11
Seis días después y luego de haberlo estudiado, el 27 de octubre, el Libertador le escribe a Santander, para dar su opinión sobre dicho tratado:
«El tratado de amistad y comercio entre Inglaterra y Colombia tiene la igualdad de un peso que tuviera de una parte oro y de la otra plomo. Vendidas estas dos cantidades veríamos si eran iguales. La diferencia que resultara, sería la igualdad necesaria que existe entre un fuerte y un débil. Este es el caso; y caso que no podemos evitar. El tratado de Buenos Aires me hizo reír, y, por lo mismo, nada diré en su favor».12
El general granadino Joaquín Posada Gutiérrez, quien fue partícipe de las guerras de independencia, y, posteriormente, haciendo vida en la efímera Colombia, reflexionaba en sus Memorias sobre el tratado en cuestión:
«El tratado con Inglaterra fue uno de los mayores desaciertos del general Santander, que nos obligó indefinidamente a condiciones ruinosas para nuestro país. El general Santander lo confesó, excusándose con su inexperiencia. Con este tratado hemos quedado respecto de Inglaterra, peor que el Portugal: él nos obliga a conceder iguales ventajas a las demás naciones, y nos imposibilita el estrechar los lazos comerciales con nuestra madre patria con algunas concesiones útiles a ambos países, que no se pueden hacer a los otros sin gravamen. Los tratados y la deuda nos hacen una especie de colonos de las potencias extranjeras».13
D. Luis Andrés Baralt, presidente en aquel entonces del Senado colombiano, y también tío del afamado Rafael María, sería uno de los pocos que rechazaría dicho tratado:
«El Presidente del Senado, Luis A. Baralt, Senador por Maracaibo, fue una excepción notable; él se opuso constantemente al tratado, considerándolo, según ha sido, muy desventajoso a Colombia. Salvó siempre su voto, que fue negativo, y al fin expresó, que sólo estaba en el tratado por su introducción, que dice: «En el nombre de la Santísima Trinidad».14
Probablemente aparecerán los detractores de Bolívar con las habituales citas (y fidedignas) del mismo para asegurar que este fue un agente inglés, sin anteponer la circunstancia y el tiempo en que tuvo que actuar, muchas veces lisonjeando a estos ingleses por los compromisos (de estricta obligación) que tenía durante el proceso de emancipación hispanoamericana, y la cual fue la única potencia que les ofrecía armamento para continuarla y el apoyo diplomático ante la amenazante Santa Alianza, sumándole el sabio sistema constitucional británico que dejaba mucha admiración en dicha época.
Si tendríamos que acusar de anglófilo a Bolívar por tener muy en cuenta el modelo inglés, habría que acusar del mismo epíteto a insignes contrarrevolucionarios como Juan Donoso Cortés, quien en su célebre discurso sobre la Dictadura ponía estas palabras al congreso, después de acérrimas críticas a la actuación inglesa en las sucesivas revoluciones europeas:
«…debo declarar aquí solemnemente que yo quiero la alianza más íntima, la unión más completa entre la nación española y la nación inglesa, a quien admiro y respeto como la nación quizá más libre, más fuerte y más digna de serlo en la tierra».15
30 años separaban la irrupción de Bolívar en América y el discurso del Marqués de Valdegamas, y aún Inglaterra estaba considerada en la vanguardia mundial, para desgracia del mundo hispano.
Es más, en la misma época en que nacía la Primera República venezolana, observamos en las Cortes peninsulares de Cádiz cómo el presbítero protocarlista Pedro Inguanzo, calificado como enemigo encarnizado de las novedades ilustradas en su tiempo, defendía al sistema constitucional británico, considerándolo el más cercano a las antiguas tradiciones españolas amenazadas por la revolución:
«Si pudiera desconfiarse de nuestras instituciones por ser viejas, tenemos el ejemplo de las naciones mas sabias e ilustradas. Todo el mundo conoce la excelencia de la Constitución inglesa; en la organización y combinación de sus poderes, es sustancialmente la misma que la española antigua; sigámosla. Este es mi voto».16
A pesar de esto, Bolívar no proponía adoptar a rajatabla el sistema ingles en nuestros pueblos:
«Así, pues, os recomiendo Representantes el estudio de la constitución Británica que es la que parece destina a operar el mayor bien posible a los Pueblos que la adoptan; pero por perfecta que sea estoy muy lejos de proponeros su imitación servil. Cuando hablo del Gobierno Británico solo me refiero a lo que tiene de Republicano».17
Además, sería preciso recordar de quién vino la ayuda a los colonos norteamericanos para luchar contra el dominio inglés, que no fue sino de España, esta que, lamentablemente, no calculó el craso error que cometía al financiar y armar a uno de sus futuros contrincantes, pero claro está, no se es adivino para criticar esa acción sin haber estado en aquel momento de fermentación mundial, y lo mismo se puede aplicar al caso bolivariano.
http://www.archivodellibertador.gob.ve/escritos/buscador/spip.php?article7167
http://www.archivodellibertador.gob.ve/escritos/buscador/spip.php?article7091
http://www.archivodellibertador.gob.ve/escritos/buscador/spip.php?article10805
http://www.archivodellibertador.gob.ve/escritos/buscador/spip.php?article8998
http://www.archivodellibertador.gob.ve/escritos/buscador/spip.php?article9495
http://www.archivodellibertador.gob.ve/escritos/buscador/spip.php?article9842
Biografía de Bolívar, Indalecio Liévano Aguirre, Capítulo XXX. https://www.google.com/url?sa=t&source=web&rct=j&url=http://www.cenal.gob.ve/wp-content/uploads/2015/11/Bolivar.pdf&ved=2ahUKEwjdhJPl0pn7AhXPSDABHVrHBaMQFnoECCgQAQ&usg=AOvVaw3EL-299h5X77Hvy7-IAZqF
http://www.archivodellibertador.gob.ve/escritos/buscador/spip.php?article11030
Carta dirigida el día 3 de febrero de 1827, disponible en:
William Ray Manning, «Correspondencia diplomática de los Estados Unidos concerniente a la independencia de las naciones latinoamericanas. Volumen 3»; Librería y editorial "La Facultad" de J. Roldán (1932), pag. 2176.
http://www.archivodellibertador.gob.ve/escritos/buscador/spip.php?article11564
http://www.archivodellibertador.gob.ve/escritos/buscador/spip.php?article457
http://www.archivodellibertador.gob.ve/escritos/buscador/spip.php?article467
En los último el Libertador referenciaba el tratado que hizo Buenos Aires con la Gran Bretaña a inicios de dicho año.
Joaquín Posada Gutiérrez, «Memorias histórico-políticas» Tomo I; Imprenta a cargo de Fosion Mantilla, Bogotá (1865), pág. 296.
José Manuel Restrepo, «Historia de la revolución de la República de Colombia» Tomo III, Imprenta de José Jacquin (1858), pág. 626
Juan Donoso Cortés, Discurso sobre la Dictadura, 4 de enero de 1849. https://www.fundacionspeiro.org/verbo/1962/V-008-P-033-055.pdf
Diario de Sesiones de las Cortes Generales Extraordinarias (tomo III), Imprenta de J. A. Garcia, Madrid (1870), sesión del 12 de septiembre de 1811, pagina 1826.
Discurso al Congreso de Angostura, 15 de febrero de 1819. http://www.archivodellibertador.gob.ve/escritos/buscador/spip.php?article9987