Las Reformas del 35, Vindicación Histórica.
Breve introducción que pretende dar luces sobre un movimiento calumniado, principalmente por las pasiones de su tiempo y la desinformación generalizada
«el primer desarrollo de una conciencia autentica consistió en edificar una conciencia de pasado». Erich Kahler.
En la deficiente enseñanza de la historia republicana en Venezuela, se sostiene que la fecha del primer acto de «pretorianismo militarista» se da el 8 de julio del año de 1835, cuando una falange de distinguidos próceres de la Independencia derrocan al débil gobierno encarnado en la figura del civil Dr. José María Vargas, cuestión por la que la revolución de las reformas ha sido condenada por «historiadores» contemporáneos y posteriores, aduciendo que los muy déspotas militares buscaban protagonismo político al expulsar al inmaculado Dr. Vargas, relato muy reduccionista si no se toma en cuenta la dominación política paecista desde 1824 y los círculos de beneficiados que se generaron a partir de esta, dejando relegado a buena parte del procerato nacional (tanto civil como militar). Como bien dice el redactor de la biografía de un prócer reformista, el criterio para enjuiciar este este movimiento ha sido ridículamente a favor del partido triunfante :
«La revolución de las Reformas (…) ha sido juzgada hasta ahora solo por hombres parciales, que han tenido por criterio el espíritu de partido, y por móvil, el deseo de halagar pasiones vehementes de personajes cuyos intereses predominaron durante mucho tiempo, de un modo absoluto, en este país».1
Se resalta la poca popularidad que tuvo el movimiento reformista, cosa no explicable al encontrarnos con la duración del conflicto desde sus inicios a mediados de 1835 hasta el arduo sofocamiento por las tropas constitucionalistas apenas en marzo de 1836. ¿Las causas de esta insurrección? Los fraudes electorales que llevaron a Vargas al sillón presidencial, la traición a ciertos ideales emancipatorios como lo fue la Federación y la exclusión proceril, la persecución al clero y finalmente los deseos de restaurar la máxima gloria del Libertador Bolívar, la Confederación Colombiana. Entendedores de la historia como el D. Bartolomé Tavera-Acosta y D. Mario Briceño Iragorry criticaban la forma de enjuiciar la rebelión como una simple asonada militar sin participación por parte del pueblo, y ponían en connotación la envergadura del movimiento, el primero relata:
«En el transcurso de ocho meses esa revolución, que no tenia conexión alguna en el país, conmueve, no obstante, hondamente el territorio nacional, dado el prestigio que tiene en todas partes. Es una revolución eminentemente popular, y desde el golfo de Paria hasta el lago de Maracaibo, a pesar de no haber sido Páez el jefe, por donde quiera se pide reforma y se grita federación. Y es popular por varias causas, entre ellas, las infracciones de la ley de elecciones en algunos cantones, al designarse a los Representantes (que en el Congreso próximo vendrían a dar votos por el candidato de Páez); la imposición de un civil por sobre la natural aspiración de los militares, quienes habían a esfuerzos de incontables heroicos sacrificios, cristalizado la nacionalidad venezolana; y a la firme creencia, en fin, de que Páez es el jefe director, confiados los guerreros y civiles de la Independencia en las promesas que antes les hiciera y que consideraron leales».2
Similar descripción nos expone el grande tribuno de Trujillo:
«La revolución de las Reformas, si presentada como expresión de un arbitrario deseo de las clases militares por tornar a la intangibilidad de sus fueros y como repudio de las formas civiles del gobierno, encarnadas en el virtuoso Vargas, constituyó, en cambio, la expresión clara del rechazo que ciertos grupos de antiguos patriotas hacían del sistema que minoraba sus derechos a favor de los grupos que detentaban desde antiguo los instrumentos de la riqueza. Tras las hermosas consignas de respeto y sumisión a las leyes abrazadas por el General Páez, se ocultaba la tendencia de legitimar en prepotentes posiciones a las fuerzas conservadoras que, sin haber luchado por la independencia y aún contrariándola, habían sabido rodear al viejo Centauro para cubrirlo con una túnica de halagos y prestigios que les permitía guiar a su arbitrio las manos puestas en el timón de mando. Sujetos respetables, apegados a viejas formas que les hacían holgar con la tranquilidad aunque ésta vulnerase la justicia, formaron los altos comandos de la oligarquía conservadora. Los hombres de la independencia y el pueblo que se había sacrificado por su triunfo, sin esencialmente repudiar los principios civilistas, veían con dolor que éstos sirvieran de parapeto para satisfacer las insaciables ansias de lucro de los componentes de los propios cuadros cuyo abatimiento buscó la revolución». 3
No por nada el General José Tadeo Monagas, calumniado por la pasión política de 1858, en una carta al General Páez, fustiga a los intrigantes que se aprovechan del futuro Rey de los Araguatos:
«Desengáñese usted, General, usted como yo y todos los fundadores de esta Patria tenemos el pecado original de haberla servido bien, y los abogados están muy distantes de asemejarse a Dios que lava con su sangre los pecados del mundo. Mientras exista uno de nosotros ese será el objeto del encono y de la rabia de nuestros letrados y de nuestros godos. Se servirán ahora de usted para ver si nos destruyen a nosotros, y después se servirán de otro para destruirle a usted, porque nuestra existencia es el sumario que los condena».4
Y no solo hacia ruido la adhesión de Paez a los letrados y mercaderes que critico años atrás en carta al Libertador5, sino de igual manera la condescendencia con los funcionarios británicos en el país, al punto de solicitar durante la revolución a su «apreciado y distinguido amigo» el cónsul Sir Robert Ker Porter la intervención disimulada de un bergantín de guerra con bandera inglesa para entorpecer a los reformistas en La Guaira y Puerto Cabello:
«Si U. sin comprometerse, puede destinar este buque a Puerto Cabello con ordenes de detener y conducir a La Guaira a los buques que armen los sublevados, haría un servicio muy señalado a este país, que sabrá agradecerlo, y yo particularmente me considerare muy obligado a U».6
Principales dirigentes de la revolución encontramos a grandes seguidores de Bolívar en vida, quienes sufrieron desde la secesión de la Colombia boliviana persecuciones y expatriaciones por sus ideales, como es el caso del secretario General Pedro Briceño Mendez, los leales edecanes Diego y Andrés Ibarra, General Laurencio Silva, junto al francés Perú de Lacroix y el anciano Marques del Toro. Quienes en 1830 estuvieron al lado del proyecto independiente, al ver que de a poco fueron relegados del circulo oligárquico, terminaron formando entre los sostenedores de las reformas, encontramos el caso del líder de esta, el oriental Santiago Mariño, un siempre polémico y quijotesco Pedro Carujo; el General Francisco Carabaño, antiguo paecista, y entre los civiles al señor Andrés Level de Goda, esforzado realista que fue propagandista de Páez y la cosiata en 1826, así como estos muchos otros quedaron en decepción con los godos.
De aquí surge la controversia de como factores heterogéneos se juntaron para derrocar al simulacro de gobierno, el General Santiago Mariño fue uno de los principales cabecillas de la separación de Venezuela en 1830, como cándido antiboliviano esperaba formar parte del liderazgo de la república, cosa que no sucedería, tal vez más por el sentimiento de rechazo a su exclusión por la oligarquía que por reivindicar el honor de Bolívar lideraría el movimiento reformista, aun así, un año antes de los sucesos dejaba un párrafo digno de subrayar en una carta al mismo Centauro:
«Yo fuí enemigo de aquel grande hombre (Bolívar) cuando él existía con la espada en la mano y usted se le sometía incondicionalmente, y hoy que está muerto, yo venero su memoria y usted lo calumnia solapadamente».7
Más impactante seria la fortaleza del movimiento en el oriente del país, a la cabeza del anteriormente citado Monagas. Yendo al punto, no podemos hablar de unos simples bochincheros como nos lo pintan un Juan Vicente González o Francisco Javier Yanes, para entonces concentrados en fase de panfletistas.
LA HACIENDA DE LOS FUNDADORES, EL IDEARIO REFORMISTA.
Los reformistas se planteaban la sustitución de la constitución liberal de 1830, la cual promovía el germen de la disolución social, los vicios y errores monstruosos de su concepción más abstracta que realista, no aplicables al estado del país y creadas por el espíritu de una facción8, de aquí la necesidad de presentar un programa para la regeneración nacional con el legado de los patriotas de 1810, unificándolo con instituciones fortificadas. El General Juan Manuel Valdés, prócer sepultado en el olvido de la historia, dejaba claro que la reacción «debía asegurar un sistema de gobierno sólido y energético para impedir que los exagerados e inaplicables principios de libertad vuelvan a entronizarse y levantar nuevos cimientos de persecución e ignominia». 9
Concretamente el partido reformista establecía en sus objetivos cardinales las siguientes consignas, que se repasaran y analizaran a la mayor brevedad posible:
«1. Establecer la Federación Venezolana
2. Restituir el fuero militar y el eclesiástico
3. Declarar la religión católica como la religión de la República, protegida y sostenida por el Gobierno y las leyes
4. Consignar los empleos públicos de todas clases, en manos de los fundadores de la Patria y antiguos patriotas».10
La primera ojeada ya nos ofrece un modelo de un gobierno más bien autocrático (y reaccionario en palabras de Gil Fortoul) que liberal, teniendo en cuenta que muchos vinculan al movimiento reformista como el génesis del liberalismo venezolano, tal vez por la bandera federal adoptada por estos.
Entrando en materia, la exigencia de implantar la federación no debería observarse de forma simplista como la imitación infantil de dicho modelo por cuestión de adelantos políticos, lo cierto es que el ideal federal ya hallaba presencia sociologicamente en el país al momento de su emancipación, la herencia de los fueros municipales hispánicos, de la referencia del General Soublette a la patriecita de Páez. No hay que olvidar que la emancipación se da gracias a la tradicional gestión de los cabildos populares, autentica forma democrática en contraposición al concepto ilustrado y burgués de los espectáculos eleccionarios, en fin, la natural tendencia de los pueblos hispanoamericanos a la «anarquía sistematizada», como recalcaba Bolívar; Briceño Iragorry indaga en mayor proporción:
«Entienden muchos que es cuestión de meras frases esta disputa sobre federalismo y centralismo. Olvidan que la estructura federal de la primera República no fue copia servil de las formas constitucionalistas de Norteamérica, sino resultado lógico de la organización política que tuvieron las provincias durante el régimen español. En 1811 habían acudido a Caracas a dar vida a la República las ciudades coloniales que eran cabezas de viejas provincias autónomas. Las nuevas entidades surgidas de los pronunciamientos del año 10 traían su existencia henchida de tiempo: Barcelona había sido durante el siglo XVII asiento de la extinguida Gobernación de los Cumanagotos y Palenques, Mérida fue la primera piedra de la Capitanía de Maracaibo, Trujillo había luchado durante más de dos siglos por ganar carácter autónomo frente a la absorbente política económica de la Nueva Zamora. Las siete provincias que proclamaron la independencia no fueron obra de artificio momentáneo sino expresión del encontrado proceso de integración y autonomía que definió la Cédula de 1777. Si la guerra de emancipación hizo desaparecer en parte el viejo ímpetu de los localismos, éstos vivían en la conciencia social, y establecida la tercera República y al impulso de los nuevos caudillos victoriosos, se había visto la desintegración de las grandes provincias y la presencia de nuevas entidades que correspondían a las ansias prevalentes de las ciudades y a los propósitos feudales de los nuevos señores».11
En mensaje consonó con esto ultimo, la legión de próceres relegados de los puestos de representación nacional y del reconocimiento a sus hazañas lógicamente levantarían la bandera para el cumplimiento de esto, el General Diego Ibarra en una comunicación al consumarse la deposición de Vargas señala:
«Los fundadores y libertadores de la patria, y los antiguos y verdaderos patriotas son postergados, menospreciados y aun perseguidos con pasión violenta en premio de sus servicios y cruentos sacrificios (…) el cuarto (objetivo de las reformas es) consignar los empleos públicos de todas las clases en manos de los fundadores de la patria y los antiguos patriotas». 12
Aquellos ínclitos varones que respondieron al llamado de la guerra y el sacrificio de años no podían esperar el repudio y las burlas por parte de una horda de ideólogos que difícilmente podían empuñar un arma, por justicia estaban llamados a defender y administrar la patria de sus padres, como sucedió en las comarcas europeas durante el medioevo; remontándonos 16 años atrás en la lejana Guayana, el Libertador confirmaba el anhelo de los reformistas:
«los Libertadores de Venezuela son acreedores ocupar siempre en alto rango en la República que le debe su existencia. Creo que la posteridad vería consentimiento, anonadados los nombres ilustres de sus primeros bienhechores: digo más, es el interés público, es de la gratitud de Venezuela, es el honor nacional, conservar con gloria hasta la última posteridad, una raza de hombres virtuosos prudentes y esforzados que superando todos los obstáculos han fundado la República a costa de los más heroicos sacrificios. Y si el pueblo de Venezuela no aplaude la elevación de sus bienhechores, es indigno de ser Libre, y no lo será jamás».13
También sería poco serio argumentar que el movimiento de las reformas estuvo compuesto de solamente el componente militar, de igual manera gestaron el movimiento firmantes del acta de independencia, como el Dr. Felipe Fermín Paul y Nicolás Anzola, renombrados tribunos como Estanislao Rendón14, el ya nombrado Andrés Level de Goda y el futuro Obispo de Mérida Juan Hilario Bosset. Los pronunciamientos reformistas y sus firmantes pueden observarse en los «Documentos para los anales de Venezuela» citados previamente.
RELIGIÓN CATÓLICA Y COLOMBIA FEDERAL.
Otro postulado base de los reformistas fue el de la declaración de la Religión Católica como culto dominante en el Estado, hay que recordar desde 1830 el gobierno liberal de Páez encontró como prioridad el disminuir el poder de la Iglesia Católica, eliminando los diezmos y declarando la libertad de cultos, llegando a expulsar a varios Obispos del país, por el mero hecho de no jurar la constitución –dicho sea de paso, de carácter temporal y no espiritual-, trastornando el orden religioso del país, anunciando un porvenir venturoso que no llegaría. Mucha razón tenia D. Laureano Vallenilla Lanz al afirmar que nuestros conservadores no tenían el derecho a ser llamados como tales, explicando el complejo panorama político-religioso en una Venezuela siempre contradictoria en los pronunciamientos de Caracas, Oriente y Maracaibo exigían:
«Que se declare que la Religión Católica, Apostólica, Romana es la de la República, protegida y sostenida por el Gobierno y las leyes».15
En los manifiestos reformistas se repudiaba la expatriación de los «Próceres de la Iglesia venezolana» y el ataque a la que en efecto era la religión mayoritaria en Venezuela, distorsionando el orden social y las máximas de filósofos ilustrados como Montesquieu, no se podía confiar en un gobierno que… «estimula y fomenta la humillación del clero, para que degenere, y se corrompa la religión de nuestros padres y sea la mofa de los extranjeros, cuando debiera más bien tributarle atención y respeto, por lo mismo que se ha sancionado en Venezuela la libertad de cultos, o considerando siquiera que en efecto es aun la religión de la presente comunidad venezolana?».16
En Barquisimeto se tenia presente al General Florencio Jiménez (vencedor en el Santuario) proclamando una «especie de guerra santa contra los impíos enemigos de la religión católica» al momento de estallar la revolución17. El General Pedro Briceño Méndez también le escribiría al Ilmo. Arzobispo de Caracas, su tío Ramón Ignacio Méndez, contándole sobre los sucesos de la revolución y la adopción de la religión como base de gobierno, buscando traerse el apoyo de quien ya fue expulsado una vez del país por el general Páez:
«Querido tío (…) Yo le aseguro que las miras que hay no son otras que las que le expone el general Mariño, y sólo les añadiré que empezando por el coronel Carujo, todos los reformistas parten del principio de la religión como la única base sólida de organización (…) Si puede venir véngase. La cosa merece la pena que metamos el hombro, a ver si algún día logramos ley, orden y paz en nuestra desgraciada tierra».18
El Arzobispo era visto a los ojos del gobierno como un faccioso desde 1830, por su continua campaña en favor de los derechos de la Iglesia, al momento de estallar la revolución se encontraba en Barquisimeto, el alzamiento era dirigido por el mencionado Florencio Jiménez, Méndez le ofreció dinero para evitar males ocasionados, dando a deducir que apoyaba a los reformistas, lo que daría fundamentos al gobierno para expulsarlo por segunda vez del país, falleciendo el primer Arzobispo republicano en la Nueva Granada.
El cónsul francés La Palun suministraba información interesante sobre la actitud de Monseñor Méndez y su clero durante la revolución:
«Tío de uno de los principales jefes del partido reformista, se había el mismo comprometido gravemente. Las pruebas escritas de la parte que había tomado en esta tentativa revolucionaria iban a ser publicadas por el gobierno hace algunos meses (…) El clero en Venezuela es hostil a las nuevas instituciones».19
Aunque el movimiento reformista contaba con integrantes con fama de anticlericales, se termino afirmando la tendencia propuesta por los bolivianos de implantar el Estado confesional. La revolución de las reformas esta entre los contados movimientos armados que expresaban abiertamente el apoyo y protección a la Iglesia Católica en Venezuela, otros referenciales podrían ser las anteriores insurrecciones de Monagas en 1831 y en 1870 con la resistencia de los azules ante la Revolución de Guzmán Blanco.
Siguiendo con el ultimo pedido reformista, encontramos el restablecimiento de la antigua Colombia, de acuerdo a la forma federal anteriormente expresada, precisamente el sector oriental del país fue el mas enfático en esta proposición, dirigidos por el General José Tadeo Monagas, en el proyecto de Voluntades reformistas en Oriente nos expone la proposición para hacer renacer a Colombia, y todos los beneficios que traería:
«Se convocara por el Jefe General de la Federación la Gran Convención para que como arbitra y señora de nuestra suerte, dirija una nave que fluctúa sin acierto, pero que ansia con los más vivos deseos por establecerse y arreglarse de un modo solido y permanente; y para conseguirlo es necesario y de absoluta necesidad promueva y agite por todos los medios posibles, la unión de la gran República de Colombia en Estados Federados, pues ella es y no otra la que va a terminar nuestras continuas desavenencias y frecuentes movimientos. Su misma opulencia impondrá el respeto y nos elevara a otro ser mayor; nuestra representación será otra al salir de un circulo tan estrecho, pero lleno de hombres que aspiran al engrandecimiento de nuestra patria y a hacerse acreedores de mejor suerte».20
Hay que recordar que la gran mayoría de los próceres se batieron en armas contra el poderío peninsular con la bandera Colombiana, gloria del precursor Miranda y proyecto ejecutado con el Libertador, y que la concepción de esta se formulo incluso en el epilogo de la primera constitución venezolana, promulgada el 21 de diciembre de 1811, Venezuela nacía con el objetivo de establecer y propagar la consolidación de la libertad e independencia americana:
«Y por quanto el Supremo Legislador del Universo ha querido inspirar en nuestros corazones la amistad y unión mas sinceras entre nosotros mismos, y con los demás habitantes del Continente Colombiano que quieran asociarsenos para defender nuestra Religión, nuestra Soberanía natural y nuestra Independencia: por tanto, nosotros el referido pueblo de Venezuela, habiendo ordenado con entera libertad la Constitución precedente (…) nos obligamos, y comprometemos a observar, y cumplir inviolablemente todas y cada una de las cosas que en ella se comprenden (…) conforme a la mayoría de los Pueblos de Colombia que quieran reunirse en un Cuerpo nacional para la defensa y conservación de su libertad, e Independencia política».21
Los reformistas recalcaban el respeto que obtuvo esta sección del continente americano en la salvaguarda del Dios de Colombia:
«Venezuela debe su existencia centro-federal a una conspiración que destruyo la República de Colombia, bajo cuyo nombre y pabellón nuestras armas se habían cubierto de gloria; y el Gobierno adquirió crédito y respetabilidad, habiendo sido reconocido y elogiado por las naciones extranjeras, aun las mas opulentas y de mas poder.
Por consecuencia de aquella revolución quedo roto en 1829 el pacto social de los colombianos, y dividido en fracciones el territorio nacional, cuyo destrozo favoreció y consumo el General José Antonio Páez, con el designio de hacerse señor y arbitrio de Venezuela, que es a lo que ha aspirado desde 1826, en que se insurrecciono contra el Gobierno legitimo, para sustraerse del influjo de la ley y obediencia a las potestades constituidas».22
Hay que recordar que a inicios de 1831 Monagas también lidero un movimiento de la misma índole, pero que se enfriaría al conocerse la muerte de Bolívar, sin duda al futuro presidente le entusiasmaba la idea de hacer resurgir el proyecto bolivariano, en carta al General Diego Ibarra, líder de las reformas en Caracas23, le expresaba:
«Usted cuente siempre con mi amistad, y lo mismo todos mis compañeros; y esta de más ofrecerme para el sostén de nuestra patria, la que debemos volver al trono de Colombia, pues se nos presenta la ocasión de trabajar por este gran proyecto al que creo que cooperaran usted y todos los demás».24
Aun décadas después, la primera lanza de Venezuela trataría de restablecer a Colombia, ya siendo presidente del país, me comprometo en un próximo articulo tratar el tema.
En cuanto al ilustre Dr. Vargas, a pesar de su clara instrucción y su rol fundamental en la revitalización de la Universidad de Caracas, convirtiéndose en ornamento de esta, su nombre en realidad nada dice en los fastos de la epopeya americana, pasando en Europa y Norteamérica sus estudios y vivencias. No puede, conceptuarse de popular su candidatura a la presidencia, salvo por el influjo que los oligarcas le ofrecían para llegar hasta dicho lugar. Y aun así, el mismo Vargas, en correspondencia a su grado de instrucción, sabía que no era el indicado para dirigir al naciente estado venezolano, meses antes de realizarse la elección ya les dirigía a los electores una comunicación:
«Ni por un momento he acogido la idea de poder yo encargarme de los destinos de mi país; porque estoy bien convencido de que carezco, además de la capacidad necesaria para dirigir con acierto tan difícil encargo, de aquel poder moral que dan el prestigio de las grandes acciones y las relaciones adquiridas en la guerra de la Independencia, poder que, en mi opinión, es un resorte poderoso en las actuales circunstancias de Venezuela para robustecer la enervada fuerza de la Ley y conjurar con eficacia las tempestades que puedan amenazarla».25
El guaireño avizoraba los acontecimientos futuros, poco antes de su elección, el día 18 de enero de 1835, le imploraba en una representación a los congresistas que eliminaran su candidatura:
«Yo imploro, Honorables Legisladores (…) excluyáis mi nombre de vuestros votos al tiempo de hacer vuestra acertada elección».26
Ya en la presidencia, nuevamente el 29 de abril, sin que mediara un problema grave, presenta su renuncia nuevamente. Un caso totalmente atípico en la historia de las naciones. El escritor Asdrúbal González anota de manera asertiva al dejar en claro que el desgobierno del Dr. Vargas deja en mal nombre a los fanáticos del civilismo:
«Creemos que con su ejemplo se le hace un mal favor al llamado civilismo. Ningun gobierno más nulo que el del Doctor Vargas. En sus quince meses de actuación (un 30% de su mandato constitucional) no existe una sola ley, una reforma, una ejecutoria, que demuestre su efectividad. No es posible juzgarlo como gobernante, porque nada hizo como tal. La historia deberá recordarlo entonces por sus justos méritos de sabio. O convertirlo en víctima para recordarlo».27
Era obvio que Vargas no quería gobernar, pero las fuerzas superiores pudieron más, ya que no se explicaría porque no le aceptaron la renuncia tras reiteradas oportunidades. Así, ¿quien en su sano juicio podía confiar en un magistrado que no deseaba ejercer su trabajo?.
Ramón Azpurúa, «Biografías de hombres notables de Hispano-América» Tomo IV, Caracas, Imprenta Nacional (1877). pág. 162.
Bartolomé Tavera-Acosta, «Historia de Carúpano», Tercera edición, Colección Vigila (1969), pág. 237.
Mario Briceño Iragorry, «Obras Completas» , Volumen 2; Ediciones del Congreso de la República (1989). pág. 67.
Tomás Michelena, «Resumen de la vida militar y política del ciudadano esclarecido General José Antonio Páez», Tipografía de el Cojo (1890). pág. 101.
Carta de Páez a Bolívar. Caracas, 1 de octubre de 1825. Disponible en: «Memorias del general O'Leary» tomo II, año de 1879. pág. 57. Esta carta encierra el dilema de Páez para con sus antiguos compañeros de armas 10 años después, este trazo es oportuno: «Nuestro ejército se acabara pronto si no se atajan las justas causas de su descontento, y estoy bien seguro que en un caso de guerra los señores letrados y mercaderes apelaran como siempre a la fuga o se compondrán con el enemigo, y los pobres militares irán a recibir nuevos balazos para volver a proporcionar empleos y fortunas a los que actualmente los están vejando».
Carta de Páez a Ker Porter. Hacienda de la Trinidad, 2 de septiembre de 1835. Disponible en: Manuel Alberto Donís Ríos, «El báculo pastoral y la espada», bid & co. editor, pág. 48.
Carta de Mariño dirigida a Páez, 1834. Disponible en: Fernando González, «Mi Compadre», Editorial Ateneo de Caracas (1980), pág. 16.
Alocución del Gobernador Provisional de Caracas Pedro Briceño Mendéz, 9 de julio de 1835. «Documentos para los anales de Venezuela» Segundo Periodo Tomo Tercero, Caracas (1891) pág. 217. «El impulso poderoso de las circunstancias produjo en 1830 una Constitución que los Delegados del pueblo improvisaron, y la cual envolvía contra sus mismos dogmas un germen de disociación, que en lo adelante debía ser fatal, cuando en su curso y práctica se tocasen los grandes vicios y los errores monstruosos que ya se han palpado y la prensa ha demostrado». En una manifestación al día siguiente se era mas directo: «la propia Constitución, las propias leyes y una Administración capciosa y de facción, atrajo sobre todo el país la desconfianza, el desaliento, el espíritu de partido y todos los males que provocaban los agentes de un Gobierno inicuamente vendido al influjo de cierto numero de personas, que a su arbitrio disponían de la cosa publica». Esta manifestación esta disponible en la pagina 212 de la recopilación antes citada.
Carta de Valdés dirigida al General Mariño, 31 de julio de 1835. Disponible en: Caracciolo Parra Pérez, «Mariño y las guerras civiles. La revolución de las reformas»; Ediciones Cultura Hispánica (1958), pág. 421.
Carta del señor José Francisco Hurtado. Calabozo, 14 de julio de 1835. «Documentos para los anales de Venezuela» Segundo Periodo Tomo Tercero, Caracas (1891) pág. 10.
Mario Briceño Iragorry, «Obras Completas», Volumen 2; Ediciones del Congreso de la República (1989). pág. 65.
De la Jefatura superior de Caracas y comandancia en jefe de la división central del ejército libertador Diego Ibarra, al Señor gobernador de la provincia de Carabobo. Caracas, 8 de julio de 1835. Disponible en: La Gaceta de la Nueva Granada, Bogotá, domingo 23 de agosto de 1835. N. 204
Discurso al Congreso de Angostura, «Colección de documentos relativos a la vida pública del Libertador» Tomo Segundo, Imprenta de Davisme hermanos (1826), pág. 24-25
Se cree que Rendón fue el autor del lema “Dios y Federación”, que se propago en el sector oriental del movimiento de las reformas, décadas mas tarde se convertirá en el lema del escudo nacional. Este escritor era un fanático federalista, arguyendo con el típico lenguaje sacralizante del liberalismo venezolano que: «La Federación es santa, celestial, divina. Es una unión hipostática de la soberanía que es el alma, y de la forma que es el cuerpo».
Carta del señor José Francisco Hurtado. Calabozo, 14 de julio de 1835. «Documentos para los anales de Venezuela» Segundo Periodo Tomo Tercero.
Proyecto de voluntades públicas, circulado por el General Monagas, 27 de julio de 1835. En el pronunciamiento de Aragua de la provincia de Barcelona producido el día 28 también se dan las mismas voluntades. «Documentos para los anales de Venezuela» Segundo Periodo Tomo Tercero.
Archivo General de la Nación, Sección: Revolución de Farías, Tomo I. Folio 171.
Manifiesto de los Reformistas en Curazao, 10 de noviembre de 1836. «Documentos para los anales de Venezuela» Segundo Periodo Tomo Tercero. pág. 292 y 298.
Nicomedes Zuloaga, «Páez; estudio histórico político» (1897), pág. 45.
Carta de Pedro Briceño Méndez al arzobispo doctor Ramón Ignacio Méndez, Caracas, 17 de julio de 1835. Pensamiento político venezolano del siglo XIX: textos para su estudio, Volumen 4, pág. 343.
Caracciolo Parra Pérez, “Mariño y las guerras civiles. La revolución de las reformas”; Ediciones Cultura Hispánica (1958), pág. 585-586.
Proyecto de voluntades públicas, circulado por el General Monagas, 27 de julio de 1835. En el pronunciamiento de Aragua de la provincia de Barcelona producido el día 28 también se dan las mismas voluntades. «Documentos para los anales de Venezuela» Segundo Periodo Tomo Tercero, Caracas (1891) pág. 240
«Constitución federal, para los Estados de Venezuela…». Imprenta de Juan Baillio (1812). pág. 38.
Manifiesto de los Reformistas en Curazao, 10 de noviembre de 1836.
«Las Comadres de Caracas», Academia Nacional de la Historia (1973), pág. 44.
Carta del general José Tadeo Monagas dirigida al General Diego Ibarra. Aragua de Barcelona, 27 de julio de 1835. «Documentos para los anales de Venezuela» Segundo Periodo Tomo Tercero, Caracas (1891) pág. 265
José Vargas, “Manifiesto a los señores electores”, Caracas, 8 de agosto de 1834. Disponible en: “Liberales y conservadores: textos doctrinales” Tomo II, Congreso de la República (1983), pág. 235
Jesús María Morales Marcano, “Apoteosis del eminente ciudadano doctor José María Vargas”, Caracas, Imprenta Nacional (1877), pág. 251
Asdrúbal González, “El Anti-heroe Pedro Carujo”. Editorial Planeta Venezolana, 1990. Pág 300.