El Proyecto de Confederación Colombiana (1855).
«Tengo la convicción profunda de que Colombia será. No quebrantan los obstáculos la firmeza de mi fe; no desistiremos de una idea que encuentra eco en todos los corazones.» José Tadeo Monagas.1
El general José Tadeo Monagas fue muy insistente en la cuestión del desmembramiento de la República de Colombia, acaudillando en dos oportunidades rebeliones contra la hegemonía paecista con objetivos de restituir al extinto Estado, respectivamente en 1831 y en 1835 con el movimiento de las reformas2, ya cuando le toco a Monagas presidir la alta magistratura venezolana, especialmente en su segundo mandato de 1855, comenzó a darle exposición a la propuesta de revivir a Colombia en una forma confederada, para esto se fundamentaría en el texto constitucional de 1830 (precisamente el articulo 227) en donde dejaba a criterio del Estado venezolano el negociar una nueva formación política con el resto de los Estados que conformaban dicha República, posteriormente en la reforma constitucional promovida en 1857 se dejaría mas explicita la opción para la restauración de la Confederación Colombiana.
En Venezuela se ha popularizado la tendencia de aducir que este movimiento de Tadeo Monagas nunca tuvo como objeto principal el de reconstituir dicha unión, sino que ocultaba tras esto los deseos de seguir en el mando del gobierno, ya que con la Constitución del 57 se extendía el periodo presidencial de 4 a 6 años. Cosa que desde este espacio no negamos, más bien reafirmamos que dicha prolongación de la duración del mando era crucial para que el proyecto hubiera cosechado frutos, pero lamentablemente la alternabilidad dio de baja esta oportunidad, que terminaría desembocando en el diluvio que fue la Guerra brava de la Federación.
El contexto en que se sucede este repentino sacudón eufórico para con la antigua Colombia, es el de un esperanzador nuevo gobierno del general José Tadeo, después de suceder a su hermano José Gregorio quien dejo como obra crucial de su administración la firma del decreto que abolió la esclavitud en 1854. Si bien el estado del país no era tan optimo, debido a las insurrecciones constantes que promovieron tanto godos como liberales relegados del Monagato, se tenía la esperanza de que marchara positivamente la nación al asumir el hombre más fuerte del oriente, quien ya había mandado muy limitadamente del año 47 al 51, ya que tres de esos cuatro años de gobierno los duro batallando las partidas de sediciosos del bando conservador. Sin duda alguna el país sentía muy hondo las heridas de la guerra fratricida, y de la inestabilidad en general, el mismo escenario encontramos en la antigua Nueva Granada (hoy Colombia) al observar los sucesos del golpe y deposición del general José María Melo, y la fusión liberal-conservadora que estaba destinada al fracaso con el orden del tiempo. El sentimiento de profundo abatimiento era rotundo, y más en la juventud que de a poco reclamaba el espacio político de los antiguos libertadores, tanto en el plano civil como militar. La consternación al ver que tantos sacrificios realizados en la guerra de emancipación de esfumaban en vano, produjeron en varios círculos la idea que revitalizar la obra que conquisto la independencia y la libertad, que no era otra que la República de Colombia, con ella era segura la consolidación de los dos grandes objetivos de las antiguas secciones colombianas. Además de esto, la integridad de estas se veían amenazadas por el colonialismo de corte anglo-americano, evidencia de esto tenemos la perdida de los territorios mexicanos a finales de la década de 1840 y con la irrupción de los filibusteros liderados por el nunca olvidado William Walker en las repúblicas de Centroamérica, cercando por poco las áreas de la provincia de Panamá, integrante de la Nueva Granada. A esto los primeros en difundir este pensamiento de reconstitución se iniciaban en dicho país, por parte de la nueva camada de ideólogos y políticos ambos partidos, destacando por lejos los jóvenes Justo Arosemena y José María Samper.
El primero, panameño, en uno de sus discursos más afamados sostiene la necesidad de la Confederación Colombiana, para contraponerse a los designios de la raza yankee, lo transcribimos en su totalidad:
«Hace más de veinte años que el águila del norte dirige su vuelo hacia las regiones ecuatoriales. No contenta ya con haber pasado sobre una gran parte del territorio mexicano, lanza su atrevida mirada mucho más acá. Cuba y Nicaragua son, al parecer, sus presas del momento, para facilitar la usurpación de las comarcas intermedias, y consumar sus vastos planes de conquista un día no muy remoto.
Entre tanto, señores, Colombia duerme. La esforzada heroína, a quien vuelven inquietos sus ojos los otros pueblos hermanos, parece descuidada, y como si no viese o no temiese las garras del águila que amenaza prenderse al cuello del cóndor. Colombia duerme. Pero no: tranquilizáos. No es el sueño de la indiferencia; es el sueño de la confianza en su poder. Colombia duerme, pero va a despertar. ¿No veis que se mueve? Un secreto instinto le ha gritado que el momento supremo se acerca. Ella tiene toda la conciencia de su deber y de su fuerza. Colombia empieza a despertar y los que prevalidos de su letargo han osado tocar a sus puertas por el occidente, se sobrecogerán de temor al verla nuevamente en pie.
No hay duda que hemos cometido grandes imprudencias. Olvidando el carácter y la propensión de nuestros vecinos, les hemos entregado, por decirlo así, el puesto del comercio universal, que el genio de Isabel y de Colón habían ganado para nuestra raza. Pródigas en concesiones a la compañía empresaria del camino interoceánico, generosos hasta el extremo con especuladores implacables, no comprendimos que dar el territorio era dar el señorío, y que dar el suelo para obras permanentes y costosas era casi dar el territorio.
Pero aún es tiempo, si Colombia despierta. Aún pueden salvarse nuestra raza y nuestra nacionalidad. Aún pueden quedar para la especie los sentimientos generosos, el noble entusiasmo, la rica imaginación y el indomable heroísmo. Aún puede salvarse todo lo que nuestra imprevisión nos ha dejado. La opulenta Península, ceñida por dos océanos, puede aún formar nuestro valioso patrimonio. Aún puede encerrarse allí y medrar por largos siglos nuestra importante raza.
No lo olvidemos, sin embargo: para cumplir ese destino que intenta contrariar la raza enemiga, necesitamos de una condición. Necesitamos crear y consolidar nuestra nacionalidad en el sentido político. Enhorabuena que el conjunto de pueblos a que ligan lazos morales de religión, idioma, hábitos, vicios y virtudes, se tenga por nacionalidad bajo esos respectos. Yo entenderé siempre que si esos pueblos no establecen un gobierno común, la nacionalidad política no existe, y que sin ella, la nacionalidad de raza, como la raza misma, son del todo precarias.
Los norteamericanos lo han comprendido así desde el principio. Lo que ellos llaman su destino manifiesto, que no es sino una desmedida ambición, se funda no tan solo en la alta idea que tienen de sí mismos, sino también en la feliz combinación de sus instituciones políticas. Desde su independencia vislumbraron, acaso por instinto, que un estado republicano pide estrechos límites; pero que la aglomeración indefinida de pequeños estados, puede asegurar para el todo la propia índole republicana, sin impedir la extensión de la nacionalidad hasta donde lo permita la continuidad del territorio.
Nosotros, los hijos de España, sucesores de ella en el inmenso patrimonio que arrancó a la barbarie, pudimos y debimos imitar la conducta de nuestros adversarios, dueños del norte y sucesores del frío bretón. Lo que el cálculo hizo por la Confederación del Norte, el tiempo, la experiencia y el peligro deben hacer por la Confederación del Sur. Parece que la Providencia hubiese creado las dos porciones de este continente para repartirse entre dos grandes pueblos, dos grandes razas y dos grandes civilizaciones, separadas por un istmo estrecho, y destinadas a vivir en paz, cambiando sus ideas, sus virtudes, sus productos y sus adelantos.
Pero no es esa la única misión de las dos grandes confederaciones que han de encerrar todo el porvenir y toda la gloria de dos razas. Tienen otra aún más portentosa, que la ley de la población y la marcha imperturbable de la civilización humana, indican con harta claridad. Ellas ofrecerán a sus hermanas del antiguo mundo, teatro del despojo, del privilegio y la opresión, un vastísimo campo de industria y propiedad, de libertad y progreso.
Tal es la suerte deparada a las dos grandes nacionalidades que se dividirán el Continente. Siga la del Norte desarrollando su civilización, sin atentar a la nuestra. Continúe, si le place, monopolizando el nombre de América hoy común al hemisferio. Nosotros, los hijos del Sur, no le disputaremos una denominación usurpada, que impuso también un usurpador. Preferimos devolver al ilustre genovés la parte de honra y de gloria que se le había arrebatado; nos llamaremos colombianos; y de Panamá al cabo de Hornos seremos una sola familia, con un solo nombre, un gobierno común, y un designio.
Para ello, señores, lo repito, debemos apresurarnos a echar las bases y anudar los vínculos de la gran confederación colombiana. Miembros de varios estados de los que hoy dividen la inmensa península, me hacen el honor de escucharme; y a todos ellos doy mi grito de alarma, para que al separarnos con el abrazo de la amistad, prometamos volver a unirnos pronto, convertidos en ciudadanos de una misma nación, grande y libre, sabia y magnánima, rica y poderosa».3
Samper, quien publicaría un folleto analizando los beneficios de la Colombia federada y defensor ardiente de este proyecto en el Congreso granadino, iba mas allá, englobando a una liga de caracteres americanos, e innovaría con el concepto de la latinidad, que tendrá un importante desarrollo en este articulo.
«Desde luego, la base fundamental de esa Federación deben constituirla las actuales Repúblicas del Ecuador, Nueva Granada i Venezuela, mas tarde Centro-América, i después, bajo una forma mas jigantesca, pero puramente internacional, deberían entrar en la liga las demás Repúblicas latinas de América».4
De la misma manera, el ilustre escritor y diplomático José María Torres Caicedo juzgaba que era necesaria la confederación para sobreponerse al coloso del norte:
«El espíritu de conquista cada día se desarrolla más y más en la República que fundaron Washington, Franklin y tantos otros hombres ilustres. El filibusterismo, delito que antes castigaban los tribunales de esa nación, hoy encuentra apoyo en las altas autoridades políticas (…) Jamás se había sentido con más imperio que hoy la necesidad de llevar a cabo el gran pensamiento de Bolívar: la confederación de las naciones de la América española».5
En Venezuela la emoción particular no tardaría en agitar esta empresa, grandes mentes como la de Cecilio Acosta se regocijaban por el momento:
«De Congreso no te diré nada; que si así fuera, entonces, ¿para qué te habían de servir los diarios? Eso sí: no alzo la mano de este punto, sin celebrar contigo, aunque sea de paso, a Colombia. ¿No es verdad que este pensamiento es una necesidad de la época, un tributo hecho a la historia, una profecía de Bolívar? Después de muchos años de errores, volvemos al evangelio del Grande Hombre».6
Incluso el sobrino del Libertador de Colombia, Fernando Bolívar Tinoco, en el cargo de gobernador y jefe superior de la provincia de Caracas, le escribiría una misiva al general Tomas Cipriano de Mosquera, neogranadino fiel a Bolívar en vida, para que apoye el movimiento de opinión sobre la restauración de la antigua república, años después Mosquera lideraría otro intento de establecer una Colombia federal, que fracasaría por la violencia en los modos y la anarquía desatada por la Constitución de 1863:
«Aunque no tengo el gusto de conocer a Ud. sino por algunas de sus cartas dirigidas al Libertador, que conservo en mi poder, estas hijas del pensamiento dan una idea del retrato moral de su autor; y sería lastimar su modestia, si le manifestase el que he concebido de Ud., pero basta para mi objeto indicar que ellos me han animado a dirigirle esta felicitación, por el papel importante que ha representado Ud. en esa República y especialmente, en los últimos acontecimientos. Por eso creo que ha llegado el momento de reconstituir la gran obra de los libertadores, a Colombia, que no ha muerto sino vive en la historia, en el corazón de muchos y representada por sus hijos. Nada falta para restablecerla sino el querer de los que sobreviven de sus fundadores, elevando así sus nombres a la posteridad».7
Asimismo, en el plano de la poesía venezolana se cantaban versos en favor de la idea colombiana y el rechazo a la intromisión foránea, destacando el canto del jovén Amenodoro Urdaneta, primogénito del fallecido General Rafael Urdaneta, titulado «Colombia: canto dedicado a la memoria de mi padre». Sumándose el pintor Pedro María Arismendi con gran elocuencia:
«¿Y tenemos? ¿Porque los yankees?Ponen los ojos en la patria nuestra, y esperan que al mirar su escuadra y huestes
Doblemos la serviz, y el duro yugo que nos impongan tímidos suframos?».8
Sucedido a todo esto, José Tadeo Monagas no podía quedar de brazos cruzados, y más si el caso era el cumplimiento de uno de los objetos principales de su pensamiento político a lo largo de su vida, Colombia. Por esto iniciaría las labores de contacto con la diplomacia neogranadina en 1855, enviando al general Carlos Luis Castelli, antiguo soldado de Napoleón y Bolívar, italiano nacionalizado venezolano, y al joven Francisco Aranda y Ponte, hijo del ilustre estadista de mismo nombre y apellido, que sirvió desde la época de la guerra de independencia. Aranda y Ponte fue el más ardoroso apóstol de la Confederación en su estancia en Bogotá, frecuentando los círculos juveniles y el mismo Congreso, ganándose el respeto de ilustres granadinos como los mencionados Samper y Arosemena, lastimosamente, Aranda fallecería en pleno encargo de su misión, a finales de 1856, poco después del repentino fallecimiento de su señora esposa. La corta existencia de Aranda lo convirtió en mártir de la idea colombiana, en vida dejando discursos que estimulaban el sentimiento de aquel entonces en favor del proyecto, dejando reflexiones como la siguiente:
«Colombia es efectivamente la cumbre más alta de nuestra política: una vez en la cima de esa idea, que parece estar ahí constantemente esperando el pensamiento que tenga fuerza y aliento bastantes para escalarla, es preciso tener mirada clara y poderosa para no desvanecerse; es preciso saberse despojar de los intereses estrechos y de las apreciaciones y pasiones mezquinas de localidades y circunstancias, para no ser sino americano: allí estaría mal un sentimiento de mera bandería: tenemos que ser algo más que radicales o conservadores, liberales u oligarcas, granadinos, ecuatorianos o venezolanos; es necesario que seamos ante todo y sobre todo los hijos de un mundo nuevo».9
El general Monagas al iniciarse el año de 1856 oficializaba su apoyo (y así el liderazgo) para la reconstruir el sueño de Miranda y Bolívar, dando un discurso que sintetiza el ideario político que defendió:
«Las tres secciones que antes componían la Gran República, se levantan unánimes en un mismo pensamiento de unión y de fraternidad, y piden la solución de ese problema gigante que atrae y fascina aun a los menos entusiastas. Combatidas todas ellas por sangrientas luchas fratricidas que han devorado abundante cosecha de talentos, de brazos y de productos; amenazadas de muerte sus instituciones por mezquinos odios y terribles enconos; con la conciencia de su pequeña importancia en el catálogo de las naciones; y más que todo avergonzadas y como arrepentidas de haber despedazado el pabellón que las condujo á la victoria, vienen hoy inspiradas por un mismo sentimiento y por idénticos deseos, a pedir como gaje de su futura prosperidad el cumplimiento de los postreros votos de su común LIBERTADOR. Treinta años de durísima experiencia y de crueles decepciones, solo han servido para probar á todas ellas que, si con el nombre de COLOMBIA alcanzaron Independencia, solo con el nombre de COLOMBIA pueden consolidar su Libertad. Yo he guardado religiosamente mi adoración por la Gran República: he acariciado su recuerdo sobre mi corazón; y su gloria, y su fama y sus prodigios me han sido siempre caros como dogmas de mis creencias. ¿Hay acaso quien no se sienta deslumbrado con tanto brillo? ¿Hay quien no derrame gustoso su sangre por cambiar su pequeñez, su desaliento y sus tristezas por la consideración, por la grandeza, por la prosperidad......? Ha sido menester, que el más cruel de los destinos nos guiase como de la mano á desgarrar el seno de nuestra madre común: ha sido menester la más inaudita ceguedad para presentar ante el mundo escandalizado el vergonzoso espectáculo de nuestras debilidades. ¡Divididos en tres secciones, nosotros destinados por Dios á formar una sola y potente nacionalidad! ¡Condenados a apellidarnos extranjeros, nosotros hermanos en religión, en costumbres, en procedencia, nosotros que hemos dividido el oprobioso pan de la esclavitud y segado y recogido juntos los gloriosos laureles de la Independencia! ¡Tener necesidad de recurrir á los códigos de derecho internacional para entendernos, los que debíamos gobernarnos en familia y regimos por una misma ley, los que hemos visto correr mezclada nuestra sangre en los campos de batalla por la sagrada causa de la Libertad! Es ya tiempo, Legisladores, de que escogisteis los medios de llenar los votos de vuestros comitentes. Venezuela, como los otros Estados de Colombia, ha consagrado en su Constitución la posibilidad de realizarlos. Que no se diga jamás que fueron estériles los martirios de los que murieron por la Libertad: Sus cenizas reposan veneradas desde el Ávila al Chimborazo sin distinción de nacionalidad. Pensad que en la llama de patriotismo que sale de aquellos sepulcros, el Genio de la América encenderá pronto ó tarde la antorcha que ilumine á COLOMBIA regenerada».10
«Condenados a apellidarnos extranjeros», cuanta resonancia no abarca este párrafo del discurso. En uno de sus primeros decretos, las cámaras legislativas le daban impulso al proyecto, invitando formalmente a la Nueva Granada y al Ecuador para negociar los temas concernientes a la confederación, entre sus principales artículos observamos:
«Art 1. El Poder Ejecutivo invitara a los Gobiernos de Nueva Granada y Ecuador, con el fin de establecer bases para una Confederación Colombiana.
Art 2. Si los Gobiernos que representan las Repúblicas de Nueva Granada y Ecuador quisiesen cooperar a la Confederación Colombiana, el Poder Ejecutivo queda autorizado para nombrar los Representantes de Venezuela que concurran a confeccionar el proyecto que conduzca a realizar la idea.
Art 3. Venezuela establece por condiciones de igualdad en la representación de los tres Estados en que se dividió Colombia, y la unidad e integridad del territorio venezolano».11
El Ejecutivo teniendo el aval del Congreso y Senado procedería a nombrar y enviar a los plenipotenciarios a las otras secciones de Colombia:
«con el fin de establecer bases para una Confederación Colombiana (…) se resuelve comisionar a los señores General Carlos Luis Castelli y José Gregorio Villafañe, Ministros Plenipotenciarios de Venezuela en Bogotá, para que colectivamente procedan a notificar este acto legislativo a los Gobiernos de Nueva Granada y del Ecuador, y los conviden a tratar el asunto de Confederación Colombiana, y a elegir por su parte los representantes que deben hacerlos, y el lugar en que hayan de celebrarse las negociaciones».12
En la reforma constitucional que impuso Monagas en 1857, se dedicaba un artículo expreso a la conformación de la Confederación:
«Art. 131. El Congreso queda autorizado para dictar las providencias conducentes a la Confederación de los Estados de Colombia; y para hacer en este caso las reformas de la Constitución que fueren necesarias, pudiendo discutirlas en las sesiones del mismo año en que se propusieren, y observándose los demás requisitos establecidos en el titulo anterior; conservando siempre la Soberanía del Estado en todo lo que se refiera a su régimen interior».13
El fervor de las provincias y cantones del país ante el mensaje del presidente fue llamativo, los pronunciamientos de los Consejos Municipales expresaron esto, específicamente los de Caracas, Bailadores, Mérida, Barcelona, Guayana, La Victoria, Maracay, Barinas, Margarita, Guanare, Maracaibo, Valencia entre otros14. Como todo gran proyecto que arrastra apoyos indudables, de igual manera traerá consigo desacuerdos con personajes que no veían viable la reconstitución, el ejemplo más reseñado de esto fue el general José Gregorio Monagas, hermano del mandatario, aun así, la primera lanza del oriente no desistiría de sus convicciones, respondiéndole a la negatividad de su pariente:
«Colombia fue desde luego el áncora de mis esperanzas y lanzé á las Cámaras Legislativas el pensamiento que en mi sentido podría tornar en dichoso y grande al país que pequeño y desgraciado dejó el autócrata».15
A el «autócrata» que se refería Tadeo era el general Páez, quien fue exiliado tras liderar diferentes rebeliones durante su primer mandato. Además de que aun quedaba viva entre muchos la fisura de 1830, varios miembros que pertenecieron al partido del Libertador en vida o fueron acompañantes férreos como los generales José Laurencio Silva, Carlos Castelli o civiles como Francisco Aranda o Jacinto Gutiérrez.
También otros férreos sostenedores del orden monaguero expresarían el entusiasmo y apoyo incondicional por la posible reconstitución de Colombia, destacando el jefe superior de la Provincia de Caracas para 1856, el futuro Presidente Juan Pablo Rojas Paúl y el General Ezequiel Zamora, a la sazón de jefe militar en Barcelona, el primero en su primera proclama como gobernador expresa:
«El nombre de Colombia, pronunciado en ocasión solemne, ha atravesado las selvas de la virgen América, abriendo a la alegría los corazones de pueblos que parecían destinados para siempre al sufrimiento; ha removido las tumbas de los que murieron por consagrarla gloriosa sobre las cimas de los Andes devolviendo a sus nombres todo el prestigio poderoso de su grandeza, y ha rehabilitado en fin, ante el mundo los esfuerzos de aquellos mártires por conquistar una patria libre y capaz de regirse por si misma».16
El General Zamora le respondía en una carta al presidente Monagas su entusiasmo por la causa colombiana, entusiasmo que aún prevalecerá en los tiempos de la guerra federal, en la que Zamora también se mostrará partidario de una confederación a futuro:
«Está en mi poder su muy estimable nota de V. E. fecha 15 del próximo pasado, en la cual me adjunta un mensaje que el P. Ejecutivo presentó alas camaras legislativas, documento que a la verdad llena de alvoroso y de contento atodos, porque con el se pretende un pacto de confederación con las hermanas Rep.cas. de N. Granada y Ecuador para unirnos como colombianos en la defensa contra los enemigos Esteriores, y en otras altas relaciones. Esto está mandado por la Ley y sobre todo general es legado de unión que nos dejó Bolívar, y ponerlo en práctica, no es más que una virtud Republicana de primera necesidad».17
Retomando un poco más atrás en el artículo, hablábamos de la diferenciación que varios escritos en pro de la Confederación reseñaban, sobre la raza latina y la raza yankee, el primero tenía lugar de origen en la Francia de Napoleón III, quien buscaba hacer florecer alianzas concretas con las regiones hispanoamericanas amenazadas por otros poderes imperiales, muchos de estos nacientes Estados buscaron a mediados de este siglo observaron con buenos ojos estrechar las relaciones diplomáticas, económicas y militares con el Segundo Imperio Francés, al punto de negociar el apoyo directo o indirecto para variar la composición política de las anárquicas repúblicas, esto ya tenía antecedentes de muchas décadas atrás, con el propio Libertador Bolívar proponiendo el protectorado británico o francés en los últimos años de la Colombia boliviana. Gabriel García Moreno, ilustre gobernante y estadista del Ecuador (también entusiasta de formar la Confederación Colombiana, par de años después de la renuncia de Monagas en Venezuela), se planteo la instauración de un protectorado francés para repeler a los enemigos comunes de dicho país, y extender su influencia, esta tentativa no tendrá éxito, al saberse pocos años después el fracaso de la intervención napoleónica en México, que terminaría entronizando a Maximiliano de Habsburgo como Emperador, esto a la larga determinaría el fin del pensamiento monárquico en la América en general. El punto está en que la idea de encontrar en Francia un aliado común era muy considerada, y el general Monagas no dudo en esto. En mayo de 1856 el presidente venezolano confía a su Ministro Plenipotenciario en Francia, su amigo Fortunato Corvaia, para sondear ante el Conde de Walewski, hijo de Napoleón I y canciller de Napoleón III, la posibilidad de apoyo que podría ofrecer a la reconstrucción de la República de Colombia, esto participaba el Ministro al Gobierno venezolano:
«París, Mayo 24 de 1856. Señor, Ayer tuve una entrevista con el Ministro de Relaciones Exteriores de S.M. en la que espuse el pensamiento que el actual Presidente Venezuela, General José T. Monagas, había concebido i estaba poniendo en práctica, de restablecer la antigua Colombia. Bastante ha agradado al Señor Conde de Walesski la idea, i según se espresó, cree que, tendrá el apoyo de todos los Gobiernos ilustrados i será además el dique que en todo tiempo se oponga al poder de los Estados Unidos, que amenazan adueñarse de la América antes española».18
Y la diplomacia monaguista se enfoco en sus últimos años en denunciar el crimen filibustero que sumía en Centroamérica, como expresión del poder que ejercía la raza anglosajona, a un mes de la revolución que haría renunciar al prócer oriental de la primera magistratura, su ministro de relaciones exteriores, D. Jacinto Gutiérrez, reflexionaba sobre una derrota desastrosa de las tropas de Walker:
«La gloriosa lucha en que estaban empeñadas las Repúblicas de la América central, contra las bandadas de aventureros rapaces y execrables, que han caído como nuevo azote sobre los pueblos de raza latina que habitan este continente; fue coronada del éxito más brillante, tomando sus tropas pacifica posesión de Rivas, donde se habían guarecido los filibusteros (…) Es doloroso reflexionar que tales hechos, que amenazan tan de cerca la independencia, la nacionalidad, la raza, la religión, la lengua y todos los intereses de los pueblos latinos, estén de moda de algún tiempo acá; y más todavía, que no los hayan despertado al conocimiento de que desaparecerán sin remedio de sobre la haz de la tierra, si quebrantado de una vez y para siempre todos los obstáculos que sus discordias internas oponen a su adelantamiento, no se aplican con la plenitud de sus fuerzas a buscar la pujanza, que por desgracia es la mejor sanción del derechos, en la unión, en la paz, en el trabajo, en el sacrificio del egoísmo».19
El proyecto de reconstitución colombiana quedaría finalmente varado por los cambios de mando producidos en Nueva Granada y Venezuela al finalizar la década de los 50, y anteriormente a las discordancias entre los plenipotenciarios y congresos de ambos países para llevar a cabo la confederación, como reseña Monagas en su último mensaje presidencial en 1858:
«La confederación de los Estados Colombianos desgraciadamente no ha podido llevarse a efecto, sobre todo por la diferencia de las bases que han establecido los Congresos de Venezuela y de Nueva Granada para realizarla, pues aquí se quiere la conservación de la soberanía de las partes y allí su menoscabo. Entretanto la República vecina se ha dividido en Estados federales, independientes en algunas cosas, y sujetos en otras al Gobierno constituido en Bogotá».20
Sumado a que el Ecuador no pudo intervenir mucho en la concepción del proyecto por estar envuelto en la guerra civil, lamentablemente, para el general Monagas, la tercera no sería la vencida. Pero quedara a la posteridad los esfuerzos encumbrados para revivir la nacionalidad común de varias patrias de la América del Sur.
Mensaje del General José Tadeo Monagas, al Congreso de 1857. Disponible en: Repertorio histórico-biográfico del general José Tadeo Monagas, 1784-1868, Volumen IV. Academia Nacional de la Historia (1983); pág. 82.
Aprovecho para invitarles a revisar mi escrito sobre dicho movimiento, tan poco estudiado:
«Contra la expansión colonialista de Estados Unidos». Discurso pronunciado por el doctor Justo Arosemena, en julio de 1856.
José María Samper, «Reflexiones sobre la Confederación Colombiana», Imprenta de Echeverría Hermanos, Bogotá (1855); pág. 2.
Arturo Ardao, «América Latina y la latinidad», Universidad Nacional Autónoma de México, Coordinación de Humanidades, Centro Coordinador y Difusor de Estudios Latinoamericanos (1993); pág. 122.
Cecilio Acosta, «Cosas sabidas y cosas por saberse», Imprenta de Jesús María Soriano, Caracas (1856); pág. 4.
Carta de Fernando Bolívar, gobernador y jefe superior de la provincia de Caracas, dirigida al General Tomas Cipriano de Mosquera, fechada en Caracas, 1 de marzo de 1855. Disponible en: Boletín de la Academia Nacional de la Historia, Volumen 64, Números 255-256; año 1981, pág. 992.
Adolfo Rodríguez, «Exequiel Zamora». Ministerio de Educación, Caracas (1977); pág. 210.
Francisco Aranda y Ponte, «Obras de Francisco Aranda y Ponte». Imprenta de A. Urdaneta, Caracas (1858); pág. 140.
Mensaje de José Tadeo Monagas al Congreso, 20 de enero de 1856. Disponible en: Repertorio histórico-biográfico del general José Tadeo Monagas, 1784-1868, Volumen IV. Academia Nacional de la Historia (1983); pág. 71.
Decreto promulgado por el Senado y Cámara de Representantes de Venezuela, 27 de febrero de 1856. Disponible en: Actos Legislativos sancionados por el Congreso de Venezuela en 1856. Imprenta de Jesús María Soriano, Caracas (1856); pág. 3.
Resolución del Despacho de Relaciones Exteriores, febrero 27 de 1857. Disponible en el folleto: «Misión del General Castelli a Bogotá», Imprenta de Echeverría Hermanos (1856).
Titulo XXIII «De la Confederación Colombiana», Constitución de la república de Venezuela sancionada el 18 de abril de 1857, pág. 42-43.
Disponibles los contenidos de los pronunciamientos en: Boletín del Archivo Histórico 2. Asamblea Nacional, Dirección del Archivo Histórico. Caracas, (2002).
Carta de José Tadeo Monagas a José Gregorio Monagas, Caracas, 18 de febrero de 1856, AANH, AGJTM, escaparate XVII, caja 58, letra M. Disponible en: Alexandra Mendoza, «José Tadeo Monagas. Fortalezas y Debilidades de un Caudillo», Ediciones del Centro Nacional de Historia, Caracas (2009), pág. 137.
Juan Pablo Rojas Paúl, jefe superior político de Caracas a sus habitantes. Caracas, 16 de septiembre de 1856. Imprenta Republicana de Federico Madriz. Disponible en: Biblioteca Nacional de Venezuela.
Carta del general Ezequiel Zamora dirigida al presidente general José Tadeo Monagas, fechada en Barcelona, el 5 de marzo de 1856. Disponible en: Adolfo Rodríguez, «Exequiel Zamora». Ministerio de Educación, Caracas (1977); pág. 349.
José Gil Fortoul, «Historia Constitucional de Venezuela. La Oligarquía liberal» (5ta edición); Librería Piñango (1967), pág. 248.
Informe al Congreso de 1858. Caracas, Imprenta de Jesús María Soriano, pág. 22.
Mensaje del General José Tadeo Monagas, al Congreso de 1858. Disponible en: «Mensajes presidenciales: 1830-1875. Tomo I», Ediciones de la Presidencia de la República; Caracas (1970), pág. 245.