El «liberal» Diego Ibarra
Breve estudio sobre la tergiversación ideologíca de este personaje notorio del siglo XIX venezolano.
«Unidos en la vida, Unidos en la tumba, Unidos en la inmortalidad». Inscripción de la lápida de Diego Ibarra, que se encontraba al lado del monumento al Libertador en la catedral de Caracas.
Cómo ya he reseñado en contadas ocasiones en este humilde espacio, la forma de estudiar las corrientes doctrinarias e ideológicas de las distintas agrupaciones políticas de nuestra república en sus primeros años de vida no ha sido la más imparcial y comprendida, si más bien movida siempre por la etiqueta partidista y la simplificación burda de los hechos en relación, y sin nunca olvidar el afán histórico que ha tenido el venezolano en variada faceta de –coloquialmente decir– caerle bien a todo el mundo.
En éste breve exordio me propongo, con miras a buscar abordar próximamente un periodo de la historia nacional que particularmente me ha interesado por la percepción negativa y nulo ahondamiento en que se muestra relegado, como lo es el monagato, o conocido también como la oligarquía liberal. Antes de llegar a esto, les comparto esta breve relación sobre uno de los protagonistas en los primeros años de este período.
El General Diego Ibarra Rodríguez del Toro descendía de las estirpes más antiguas y adineradas de la Venezuela colonial, siendo sobrino tanto del afamado Marqués del Toro, pertenece a la casta proceril de 1811, como del primer Arzobispo nacido en suelo venezolano, Monseñor Francisco de Ibarra,y ligado asimismo en lazos sanguíneos con patricios como el literato Fermín Toro. Diego fue uno de los militares más leales a Simón Bolívar y la integridad colombiana, siendo reconocido como el primer edecán del Libertador en vida, llevando consigo la fama de candido boliviano que siquiera la muerte le quitó. Ibarra destacó desde su temprana juventud las guerras de independencia, consiguiendo rol de protagonismo en las batallas de Boyacá, Carabobo y Pichincha, siendo recordado gratamente en el Ecuador por sus acciones tácticas benefactoras de las armas patriotas en la última batalla mencionada, siendo catalogado como el «Prócer de Riobamba»:
«La acción de armas de Riobamba, por sus características es un hecho en que los patriotas hacen sentir la superioridad que influye después decisivamente en la batalla del Pichincha. Fue un encuentro de fracciones de seguridad; una lucha de caballerías, vanguardia y retaguardia que cubren a su respectivo ejército (...) A Ibarra le correspondió presentar el pecho unas veces; invitar tranquilo y galante a su adversario otras; dueño de sí mismo, sin rehuír a la muerte siempre que sea digna, caballerosa y en buena ley, a el le correspondió efectuar las fintas del que domina el arte de la guerra, del que ama el ingenio y del que prueba la pericia adversaria para gastar igual fuerza e igual táctica. Y cuando él debía atacar a fondo, una vez descubierto el punto débil o anotado el error, era un torrente, un huracán, un relámpago que todo lo arrolla y pulveriza (...)
Cómo en el campo de Riobamba, el coronel Ibarra fue el símbolo modesto del éxito en la batalla de Pichincha, porque la habilidad maniobrera de un ejército depende de su caballería y sobre todo de su jefe. Y, sin una caballería como la de Ibarra, Sucre no habría llegado a Pichincha, engañando siempre al enemigo en un espacio de más de 180 kilómetros».1
Aquí vendría preciso recordar las palabras de Francisco Javier Yanes (hijo) al momento de enjuiciar vagamente a Ibarra tras la revolución reformista de 1835:
«Edecán y favorito de Bolívar por muchos años, y el 8 de julio compañero de conspiración de Carujo. Ni Colombia ni Venezuela recuerdan un hecho glorioso de este hombre inepto».2
Muy fácil es ofrecer estos esbozos sentado tras un escritorio, típico del filosofismo de éste y todos los tiempos, además de que no sería raro encontrar este tipo de opinión por parte del primogénito de un individuo qué liberaba al partido «anti-militar, anti-ministerial y anti-libertadores».3
Al momento de la disolución de Colombia, Diego fue obligado a exiliarse en Curazao al ser perseguido por boliviano, regresando en 1833 a Venezuela y destacando entre los oficiales de la movimiento de las reformas del año 18354, figurando posteriormente como uno de los fundadores del Partido Liberal y defensor del Gobierno de José Tadeo Monagas frente a la insurrección paecista, siendo nombrado en 1848 Secretario de Guerra y Marina por el presidente Monagas, para finalmente fallecer en Caracas finalizando el mes de mayo de 1852.
La historiografía surgida de la corriente liberal-amarilla posterior del año de 1870 nos dice que el General Ibarra fue movido por sus «sentimientos democráticos» a colaborar en la fundación del Gran Partido Liberal, acompañando a Antonio Leocadio Guzmán en toda actividad vinculada a dicha agrupación, ganándose incluso la categorízación de fundador pareja a la de Guzmán5, y no por pocos se la adjudican en detrimiento del redactor del Venezolano, uno de estos fue don Cecilio Acosta, en una de sus tantas polémicas periodísticas que tuvo con los liberales. Acosta le escribe al viejo Antonio:
«es preciso traer para residenciar aquí al Viejo impenitente, al llamado por sí mismo Prócer del 46, al enemigo de Bolívar, porque lo proscribió, y del pueblo, porque lo engaño (…) Tú no has sido el fundador del partido liberal, porque no lo fuiste en verdad y porque al fin lo traicionaste».6
Después procede a nombrar una pléyade de quienes considera Acosta, fueron los verdaderos fundadores, hasta llegar al protagonista de nuestro estudio: «Lo fue Diego Ibarra, el edecán amado de Bolívar».7
Siguiendo el hilo anterior, Ibarra fue consagrado por cantidad de historiadores liberales como el representante inicial de dicha tendencia en la Venezuela republicana, destacándose el cumanes Dr. Jesús María Morales Marcano y el Dr. Francisco González Guinán; el primero realizó un esbozo biografico del General Ibarra, siendo precursor sobre el tema, Morales Marcano relata la orientación tomada por Ibarra tras su destierro producido por el liderazgo del movimiento de 1835, «transformandose» al constitucionalismo demócrata:
«comprendió Ibarra que si una falta contra el progreso pacifico de la idea liberal, le había sometido a tan duras expiaciones, debía en desagravio consagrar a su culto el resto de su vida, propendiendo definitivamente a su expansión trascendental. Y reencendiendo la moribunda llama de su fe republicana en el vivido hogar de esta convicción profunda, concibió desde luego el pensamiento (…) de organizar el partido político que, propagando los principios liberales y tomándolos por bandera, transformaba en verdadero sistema progresista de civilización democrática».8
Poco después afirmaría que Ibarra ha sido el «Jefe primitivo del Partido Liberal de Venezuela».9 González Guinán en su Historia Contemporánea que Ibarra se inicia en el liberalismo por no haber sido tomado en cuenta para el momento del cortejo fúnebre que se le hizo al Libertador en 1842:
«(Ibarra) al volver al seno de la Patria, en momentos en que rendidos los hombres del Poder por los reclamos de la opinión pública, sancionaban la apoteosis del Libertador, sufrió el desdén de verse sin colocación oficial en el cortejo de patricios que escoltaban las cenizas del héroe. De aquí su entusiasmo en abrazar las ideas que postulaba la oposición constitucional y su conversión ardiente al naciente liberalismo. Sus servicios fueron tan eficaces como constantes».10
Aunque los autores citados traten de transmitir que la conversión de Ibarra no fue un suceso de etiqueta política, o incluso que ya ostentaba profesión de ideas democráticas anteriormente, se caen con la demostración de los documentos de la época. Estás afirmaciones que para la época en que fueron escritas las citadas biografías había un fuerte componente liberal en la atmósfera, servirían para darle fuerza propagandística al partido de turno, pero que no se ajustan a la realidad histórica en un país donde los partidos se han caracterizado por no ser ideológicos o doctrinales, sin desmeritar la obra de Morales Marcano o González Guinán claro está, que aportan datos fundamentales de la vida del General Ibarra.
Ahora, ¿el edecán Ibarra fue un convencido republicano? O por lo menos, ¿entusiasta de la ilustración de su tiempo? La correspondencia de la epóca colombiana nos da algunas pinceladas de lo que Ibarra opinaba de ello.
En una carta del Libertador dirigida al General Santander, fechada para el 25 de mayo de 1820 en San Cristóbal, en que el primero hablaba sobre la situación internacional concerniente a la revolución en España, las operaciones patriotas y el pedido de recursos, se observa una posdata del entonces coronel Ibarra, quien en tono fastidiado escribía:
«Se acabaron Montesquieu y Voltaire, gracias a Dios, o por mejor decir, al viaje. En otra ocasión escribiré a usted, pues ahora estoy con calentura.
De Ud. siempre,
DIEGO IBARRA».11
Tal vez al joven guacareño no le gustaba mucho la idea de tener coloquios filosóficos sobre los autores predilectos de la enciclopedia francesa, y también favoritos de Bolívar.
En una de sus misivas al mismo Libertador, por el año 1824, Ibarra explica los varios problemas para conducir y trasladar tropas en Colombia, a lo que posteriormente maldice de manera explícita la constitución por entorpecer más las gestiones de movilización y demás asuntos:
«Además de los inconvenientes de los Intendentes y Generales, se me va a presentar uno mayor aun que es el de la Constitución, pues este maldito libro lo sacan para todo, de suerte que ya en Colombia no se pueden dar los buenos días sino arreglados a la Constitución».12
Resulta interesante ver al primitivo fundador del partido liberal refiriéndose al órgano fundamental de la legislación moderna de está manera. Posteriormente vemos al edecán Ibarra suportando el modelo vitalicio presidencial que propuso Bolívar en la naciente república de Bolivia, y más adelante siendo uno de los principales gestores del plan monárquico en Colombia, en una carta al General Rafael Urdaneta (principal implicado en dicha propuesta) Ibarra exponía su pensamiento sobre esta cuestión:
«Nuestros grandes pensadores calculan que el proyecto debe llevarse a cabo, pero con pies de plomo (…) fijemos con anticipación las bases, establezcamos relaciones y no señalemos más tiempo que la resolución del problema que el escasamente se necesite para arreglarlo. Obligar a don Simón a sofocar el orgullo de su gloria sometiéndose a la imperiosa necesidad; solicitar la aquiescencia de algunas testas coronadas de Europa; y propagar la idea de un sistema que mejorara la suerte de todas las clases del Estado, son los tres puntos de apoyo sobre los cuales, en mi sentir, debe elevarse el edificio del solio, cavando debajo de sus gradas el sepulcro que encierre el monstruo que nos devora, la anarquía (...) Nosotros estamos perdidos; bajo el actual órden de cosas es imposible salvarnos, y sólo este último esfuerzo puede volvernos á la vida; si salimos mal de la empresa, no habremos hecho más que adelantar algunos dias la desgracia que nos amenaza; si salimos bien, nuestra suerte está asegurada para siempre con la paz».13
De igual manera en otra misiva dirigida al mismo Urdaneta, fechada para el 14 de octubre de 1829 (disponible en el tomo XI de las Memorias de O’Leary), describe los avances del proyecto monárquico y sus impresiones públicas en Venezuela. Dice Gil Fortoul que Diego Ibarra fue por los últimos meses de 1829 en Caracas «el más esforzado propagandista de la monarquía».14
Años antes, en la época de la cosiata, ya el general Ibarra había instado directamente al Libertador para que se coronara en Colombia:
«Si usted echa una ojeada sobre el término de las repúblicas, a excepción de muy pocas, todas ellas han concluido por elevar un trono de hierro, después de haberse despedazado interiormente. La nuestra, compuesta de partes tan heterogéneas y en peor caso que todas las demás, camina a pasos agigantados a un fin más trágico, y no veo sino en usted el remedio de cortar todos estos males que nos amenazan. Usted no crea que ha hecho nada con haberla defendido quince años si ahora, cuando está haciendo crisis el mal, usted no atiende al clamor general y nos abandona sin poner un remedio a tantos males como los que nos amenazan y sin permitir que llegue el caso de que nos comencemos a degollar, pues todo esto irá sólo bajo la responsabilidad de usted, y usted no podrá contestar otra cosa sino lo que me dijo en Guayaquil: “Que no era ya patriota, sino amante de su gloria”; esta respuesta no hará a usted honor, ni podrá responder al mundo con ella. Voy a dejar este asunto, porque sería nunca acabar y mi cabeza la tengo un poco débil y mala todavía de resultas de la caída. El portador de ésta impondrá a usted de todo, todo y mucho mejor de lo que yo podría hacerlo, aun cuando le escribiese más largo de lo que
escribió Voltaire; él está muy al cabo de todo, y acaba de ver la
gente del país y aun tratar mucha parte de ella, por lo que está más desengañado que nadie... Adiós, mi querido general; páselo usted bien; no nos deje usted naufragar en este mar revolucionario y cuente con su invariable amigo que lo ama de corazón, y desespera por darle un abrazo viéndolo coronado».15
Al parecer la fe republicana de Ibarra se hallaba moribunda desde hace décadas ya.
Ya vuelto en Venezuela para 1833, Ibarra ya se asomaba a conspirar con los distintos grupos políticos que nacían en el país, sobretodo con lo que en el futuro integraría el núcleo del partido liberal, núcleo que al parecer aún sentía recelo por la filiación boliviana que sostenía Diego:
« (Pedro)Briceño Méndez y Diego Ibarra habían entrado ya en las filas liberales, pero para (Tomas) Lander y para muchos que pensaban como él, aquellos próceres no cesarán nunca de ser típicamente bolivianos».16
En el año de 1835 el General Ibarra está involucrado en la revolución de las Reformas que depuso a José María Vargas, movimiento que sostenía ideas no muy liberales en cuanto a la administración de la república, en una comunicación en que ya se presentaba como Jefe Superior de Caracas17, dirigida al gobernador de Carabobo con la intención de atraerlo al movimiento reformista, dónde expone los motivos y objetivos reaccionarios de la insurrección, empezando por la condena a la constitución de 1830 y la represión que sufrió la Iglesia bajo el mandato de esta, además del establecimiento de la Federación como sistema de gobierno:
«La constitución del año de treinta que no recibió la indispensable sanción de los pueblos, y que solo fue la obra del temor y la tribulación que dominaban los espíritus en aquellas difíciles y complicadas circunstancias, y ciertas leyes inicuas y absurdas dictadas por el egoísmo, la indolencia y la imbecibilidad (...) Los fundadores y libertadores de la patria; y los antiguos y verdaderos patriotas son postergados, menospreciados y aún perseguidos con pasión violenta en premio de sus servicios y cruentos sacrificios. La religión y sus ministros ultrajados y perseguidos con imprudente encarnizamiento, a despecho del acendrado catolicismo de los venezolanos, que aman y respetan su religión divina como el medio infalible de su felicidad eterna (…) En la primera época de nuestra revolución proclamaron los pueblos la federación, la proclamaron el año de 29 y por las diferentes y adversas circunstancias que todos saben no ha sido posible establecerla hasta hoy. Está capital acaba de proclamar de nuevo la federación venezolana, y se lisonjea con la fundada esperanza de que no será frustrada por cuarta vez (...) El segundo objeto cardinal a la restitución del fuero militar y eclesiástico. El tercero declarar la religión católica como la religión de la República protegida y sostenida por el gobierno y las leyes, y el cuarto consigne los empleos públicos de todas las clases en manos de los fundadores de la patria y antiguos patriotas».18
Asimismo publicaba una vibrante proclama dónde oficializaba el movimiento:
«La sangre venezolana está corriendo en el Zulia, el Oriente toca al momento de una guerra civil, y todos los pueblos de la República están clamando reformas: sólo la nueva Administración se opone á ellas, y quiere hacer un teatro de matanzas de esta desgraciada tierra.
Reformas, pues; y para operarlas, que se convoque una Gran Convención Nacional, y mientras tanto S. E. el General en Jefe, Santiago Mariño, queda encargado del mando superior de la Provincia de Caracas.
Como encargado provisionalmente de este mismo mando, me apresuro á informar al pueblo de las novedades ocurridas, y á ofrecerle todas las garantías y seguridades en sus derechos y libertades. Nadie tiene que temer sino el que intente oponerse al justo pronunciamiento del Ejército y del Pueblo. Que se reformen nuestra mala Administración y nuestras peores leyes, y se respete la sangre del último venezolano. Desgraciado de aquél que sea causa de que se vierta una sola gota de nuestra preciosa sangre
Caracas, a 8 de julio de 1835».19
Frustrado el movimiento, como previamente se observo, Ibarra sería desterrado del país y no volvería hasta inicios de la década de 1840, participando activamente en el partido liberal, y asumiendo a partir de 1848 la defensa del nuevo gobierno del General José Tadeo Monagas como Secretario de Guerra y Marina, formándose al rededor de este gran porción de los dictatoriales de 1828 y reformistas del 35 sobrevivientes, esto formó por parte de la prensa conservadora la alarma para denunciar a los nuevos gobernantes que amenazaban las libertades públicas, y más aún posterior al episodio del 24 de enero de 184820. Incluso en la casa del General Ibarra se reunían los liberales para batir a los paecistas, según lo refiere el General Antonio Guzmán Blanco:
«la masa del partido liberal seguía a una Sociedad secreta, que trabajaba en sesión permanente, día y noche, en la casa del general Diego Ibarra, dónde descollaban el general Marino, general Mejía, señores Ramón Yepes, Blas Bruzual, Napoleón Sebastián Arteaga, Andrés Eusebio Level, Narciso Ramírez, Juan de Dios Morales, Nicolás Martínez, Echeandia (Manuel y Juancho), Rivas y Rivas, Larrazábal (Felipe y Manuel), Rafael Arvelo, Esteban Herrera, Rivas Galindo, Mauricio Blanco, Luciano Requena, J. Eugenio Rivera y muchos liberales más».21
Estaría de más mencionar que la mayoría de los personajes nombrados estuvieron involucrados directa o indirectamente en la revolución de 1835. Finalmente, nuestro protagonista después de haber auxiliado en lo que podía a la nueva administración, fallecería el 29 de mayo de 1852, ya derrotado el alzamiento conservador hace poco tiempo. Aquí dejamos, por ahora, el panorama hasta una próxima publicación referente a estos tiempos.
«Elogio en honor del Gral. Diego Ibarra. Prócer de Riobamba» por el Teniente Coronel Nicanor Solis. Disponible en revista: «El Libertador» Organo de la Sociedad Bolivariana del Ecuador; volumen II, núm. 29. Quito octubre de 1931, pág. 35.
Pensamiento político venezolano del siglo XIX: Conservadores y liberales; los grandes temas políticos. Ediciones Conmemorativas del Sesquicentenario de la Independencia (1961), pág. 39.
Carta de Pedro Briceño Mendez, dirigida a Francisco de Paula Santander; disponible en: Caracciolo Parra Pérez, «Mariño, el ilustre general», Ediciones Cultura Hispánica; Madrid (1955), pág. 490.
Aquí un artículo dónde trato el movimiento en cuestión. https://jossez.substack.com/p/las-reformas-del-35-vindicacion-historica
«Los Libertadores de Venezuela», Ediciones Meneven (1983), pág. 249.
Ramón Díaz Sánchez, «Guzmán, Elipse de una ambición de poder», Volumen II. EDIME, Caracas-Madrid (1969),pág. 204.
Ídem.
Jesús María Morales Marcano, «Biografía del general Diego Ibarra», Imprenta La Concordia (1873), pág. 27.
Ídem, pág. 28.
González Guinán, «Historia Contemporánea de Venezuela» Tomo V. Tip. El Cojo, Caracas (1910), pág. 245.
http://www.archivodellibertador.gob.ve/escritos/buscador/spip.php?article8164
Carta de Diego Ibarra dirigida a Simón Bolívar; Bogotá, 31 de mayo de 1824. Disponible en: «Memorias del general O'Leary», Tomo II (1880), pág. 419-420
Carta de Diego Ibarra dirigida a Rafael Urdaneta; Caracas, 29 de julio de 1829. Disponible en: «Memorias del general O'Leary», Tomo II (1880), pág. 441.
José Gil Fortoul, «Historia Constitucional de Venezuela» Tomo I, C. Heymann (1907), pág. 464.
Carta de Diego Ibarra dirigida a Simón Bolívar. Disponible en: «Simón Bolívar» por el Marqués de Rojas, París (1883), pág. 282.
Caracciolo Parra Pérez, «Mariño y las guerras civiles: La revolución de las reformas» Tomo I. Ediciones Cultura Hispánica (1958), pág. 237.
Según testimonio del General Pedro Briceño Mendez, Ibarra era el jefe del movimiento con carácter provisorio, hasta la llegada del General Santiago Marino a Caracas. Disponible en: «Las Comadres de Caracas», Academia Nacional de la Historia (1973), pág. 44.
De la Jefatura superior de Caracas y comandancia en jefe de la división central del ejército libertador Diego Ibarra, al Señor gobernador de la provincia de Carabobo. Caracas, 8 de julio de 1835. Disponible en: «La Gaceta de la Nueva Granada». Bogotá, domingo 23 de agosto de 1835. N. 204.
«Documentos para los anales de Venezuela», segundo periodo, tomo tercero. Imprenta y Litografía del gobierno nacional, Caracas (1892), pág. 210.
Este suceso, extrapolado a más no poder por ser la fecha destructora de la democracia, se le ha achadado absolutamente la responsabilidad al General Monagas, absolviendo al Congreso godo de todo juicio, esto amerita otro estudio dedicado.
Antonio Guzmán Blanco, «En Defensa de la Causa Liberal». Imprenta de Lahure, París (1894), pág. 60.